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29/11/2016
Alejandra Laurencich. "El silencio hace que uno no se sienta seguro y levante un muro"
"El silencio hace que uno no se sienta seguro y levante un muro"

Desde adolescente, se había impuesto el silencio, había bloqueado parte de la historia. Un quehacer doméstico la lleva a caminar por las veredas de la ex ESMA. Ante la contemplación de una silueta sobre las rejas, de golpe, lo reprimido estalla. Lo clausurado, irrumpe. Eso es lo que le sucede a Andrea, la protagonista de la novela “Las olas del mundo”, de Alejandra Laurencich. 

“Estoy convencida de que la experiencia singular de atravesar o incluso rozar un espacio como es la ex ESMA, como lo hace el personaje de mi novela, genera en cualquier individuo un punto de partida inconmensurablemente poderoso y fecundo en la determinación de ubicar las piezas que compusieron su historia”, sostiene la escritora.

Laurencich presentará “Las olas del mundo” junto a las novelas “Todos somos hijos”, de María Rosa Lojo, y “Memorias de una chica normal”, de Gabriela Saidón, el próximo viernes 2 de diciembre, a las 11.00hs, en la Casa por la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo (Avenida del Libertador 8151, ex ESMA). 

“Las tres novelas tienen como protagonistas a jóvenes adolescentes que no tuvieron una militancia activa, ni estuvieron comprometidos políticamente. Sin embargo, la dictadura los afectó profundamente y les pasó por encima, porque el sufrimiento y el desgarro que provocó la dictadura perjudicó a toda la sociedad”, explica.

Narradora, editora y docente, Laurencich también escribió la novela “Vete de mí” y los libros de cuentos “Coronadas de gloria”, “Historias de mujeres oscuras” y “Lo que dicen cuando callan”. Sus obras han sido traducidas al alemán, al portugués, al esloveno y al inglés. Además, es la fundadora y directora editorial de la revista literaria La Balandra –otra narrativa- ( http://la-balandra.com.ar/), que en 2013 fue premiada como una de las tres mejores revistas culturales de la Argentina por el Fondo Nacional de las Artes.

 

¿Cómo fue que comenzó a escribir “Las olas del mundo”?

Yo había comenzado a escribir la historia de una adolescente en esa época, que era como mi historia pero llevada a la ficción. La época a la que me refiero es la dictadura y sobre eso trata mi libro. Esta chica, Andrea, armaba además otra ficción propia, para escaparse de lo que estaba viviendo; similar a lo que yo hacía en ese momento. A partir de una memoria real yo fui elaborando las escenas para Andrea, mi personaje. Las noticias que aparecen en el libro sucedieron en la realidad, para lo que me fue de gran utilidad la obra de Eduardo Blaustein y Martín Zubieta “Decíamos ayer, la prensa argentina bajo el proceso”. Yo leía ahí las noticias de aquel tiempo, y así iba armando la historia para la protagonista de mi libro. Todo tipo de noticias, desde un partido de tenis de (Guillermo) Vilas o el Mundial de Fútbol, o que cerraba tal o cual fábrica dejando gente sin trabajo; y por supuesto los muertos de todos los días. Todas esas cosas se entretejían con mi historia, la cual a su vez se potenciaba con lo que la protagonista llevaba adentro. Mi novela es como una iniciación, va mostrando cómo se construye una personalidad, pero a contramano, al revés. Andrea se convierte en una persona que quiere mostrar que a ella no le pasó nada, levanta un muro sobre su pasado. Lo hace porque no quiere sufrir, no quiere tener emociones, no quiere sentir. Quiere ser una más. Porque en esa época, gente como Andrea, que tenía toda la potencia para salir al mundo, tuvo que aprender a callarse la boca. Entonces se construye algo perverso, justo cuando el adolescente tiene que salir a mostrarse al mundo, éstos jóvenes tuvieron que esconderse. Si bien en su familia nadie tenía compromiso político alguno, la dictadura también terminó dañándolos. La novela es la historia durísima de una persona que nació así y se convirtió en esto. Decir: “Vean lo que pasó”. Y el resultado es esta adulta. El propósito es entender que los hechos del pasado, los tenebrosos acontecimientos de una época oscura, como fue la última dictadura, no pueden ni deben, bajo ningún punto de vista, ser negados o enterrados en aras de la salud o la armonía social. Por el contrario es imperioso revisar ese tiempo ocurrido, confrontarlo para asegurarnos de que no se repita. 

Cuando comenzó la última dictadura cívico-militar, usted era una adolescente, prácticamente una niña. ¿Qué hechos la motivaron para escribir esta novela?

Mis hermanos ya eran universitarios y en mi casa se reunían con sus compañeros de estudios. Aunque mis padres no tenían nada que ver con la actividad política y menos con algún partido, a casa llegaba información: que a un amigo se lo habían llevado, u otro se había ido del país. Incluso yo misma veía en mi cuadra como paraban a la gente. Observaba todo eso, los carros de asalto que cargaban gente, oía los rumores que a tal lo vinieron a buscar a la madrugada. Escuchaba todas esas cosas y todo eso va quedando, más cuando de eso no se podía hablar o en todo caso se hablaba de una manera especial. Mis padres no querían saber nada de nada y también lo llevé a mi novela. Los padres de la protagonista dicen: “Que no se vaya con los subversivos”. Recuerdo que a un amigo de mi hermano lo metieron preso y después tuvo que exiliarse. Todas esas cosas corrían como paralelas a la historia cotidiana de nuestra familia. Otro ejemplo: muchas veces nosotros ayudábamos en las entregas que hacían mis hermanos mayores que estudiaban arquitectura y cuando era la exposición de los trabajos los acompañaba a la facultad. Yo tendría unos 13 o 14 años y debía ir con mi DNI que exigían para poder entrar. Ya entrada la democracia, fui de visita a una universidad y había preparado especialmente el DNI para entrar. Yo pensaba que era así, que para poder entrar a cualquier universidad había que mostrar el DNI. Incluso nunca dejé de salir sin documentos a la calle, ni a comprar salame... Todo eso va quedando en la memoria y en la intuición de uno. El silencio hace eso, uno no se siente seguro, entonces cierra una cortina, levanta un muro. También lo vi en personas que vivieron el Holocausto. Es muy duro volver a hablar, volver a conectarse. Todo se entrelaza con mi vida, hay cosas que escuché, cosas que imaginé, es como un mix. En toda mi narrativa hay cosas autobiográficas, pero una vez que tomó cosas de ahí, sigo con la ficción, no es un intento de recomponer mi autobiografía, construyo un personaje que sea efectivo. Pero todo eso, por supuesto, se relaciona con mi vida. Por ejemplo, no me gustan las polémicas, les escapo… No me gusta exponerme, “mejor no hables”, eso me quedó. Me salvó poder escribir, porque ahí vuelco todo, es una forma de expresión en la que uno puede tomar distancia, puede elaborar... 

En la novela el rock nacional ocupa un lugar revelante. ¿Qué significa esas canciones para usted?

El rock fue un gran refugio para gente como Andrea, porque en el rock se decían cosas que uno sentía que eran propias, eran como un grito de guerra para quienes no podíamos hablar, resumía esa ansia de libertad, de expresión, de vivir de una manera diferente a la que nos estaban obligando. El rock es la otra pata de la novela. El rock nacional que corría paralelo al otro, al comercial; tenía un mundillo especial y sus propias huestes que, creo yo, se hizo masivo después de Malvinas. Antes éramos pocos lo que seguíamos al rock nacional, a “la música progresiva”, como se le decía en aquella época. El rock fue una manera de sobrevivir a lo que pasaba, porque el “ser” había quedado relegado, fuimos lo que pudimos ser. El daño de la dictadura no sé si se revierte, quedó esa herida. Los juicios, la memoria, el análisis de lo ocurrido hace que se ordene el pasado pero no que se revierta, esa herida está. Pero no hablar no ayuda en nada, la procesión va por dentro, de algún modo impulsa por salir y en muchos casos sale de una manera terrible. Van a tener que pasar muchos años para entender lo que sucedió y poder cerrar esa herida. 

¿Y qué sucede con el miedo arraigado por la dictadura?

La sensación de que algo grave puede pasar, la sensación de lo catastrófico. Hoy los chicos más jóvenes están liberados de ese miedo, porque no lo vivieron. Me siento muy identificada con mi abuela, que hablaba siempre de la primera guerra, y en sus palabras de todos los días, siempre se colaba algo de aquella guerra. Yo no hablo todo el tiempo de la dictadura, pero es algo que nos estructura. Es algo muy dañino, y hay que tratar de revertirlo. La novela me ayudó mucho, al analizar lo que le pasaba a Andrea, pude analizar mi propia vida e incluso ir revirtiendo esa sensación de catástrofe. De algún modo, poder escribirla resultó liberador. Tengo la sensación de que lo que tenía que decir,  lo pude decir. Me di cuenta que no quería ser como Andrea. Cuando salió la novela, comencé a recibir muchísimos e-mails de lectores que yo no conocía, quienes me decían que empezaron a recordar cosas que sucedían en sus hogares, afloraron recuerdos familiares, “ahora me acuerdo cuando desapareció mi tía y en la familia no se hablo nunca más”. Muchos descubrieron eso silenciado, eso callado, que en muchos casos se convirtió en algo siniestro y dañino. Quiero mostrar realmente cómo y dónde operó la dictadura, que no fue solo en lo político, atravesó a la gente común, como la familia de mi personaje.

¿Por qué el interés de que la novela se presente la ex ESMA?

De algún modo, es una devolución y creemos puede ser un aporte a este espacio. En mi caso particular, este sitio es muy interpelante, está enquistado en la Ciudad de Buenos Aires y al mismo tiempo aquí se enquista toda esa memoria, todo ese pasado oscuro de lo que fue la última dictadura y que todavía sigue estando presente. Lo que pasó tiene que abrir los ojos para que no vuelva a pasar y se puedan encontrar otros caminos para evitar situaciones como las que vivimos en dictadura. La ex ESMA, además, tuvo una incidencia importante para mí y para que yo escriba este libro. Hay una parte de la novela, en la que la protagonista, ya adulta y que nunca quiso tener nada que ver con nada de lo que pasó en la dictadura, viene a la zona de Núñez a comprar una baldosa que le falta para arreglar su casa y venderla. De casualidad pasa por la vereda de la ESMA y comienza a ver las siluetas de las rejas. El momento coincide con el día siguiente en que Néstor Kirchner abrió las puertas de este lugar para hacer el Espacio Memoria. Cuando ve las siluetas que están en las rejas, de golpe, se le desprende toda el agua de la memoria y de ahí comienza a hacer un viaje hacia atrás, hacia lo que fue ella en esa época. Frente al horror se establece el silencio, se construye un muro y todo eso se quiere tapar. Pero por más que lo clausures irrumpe y es probable que recién se pueda hablar cuando uno está seguro de que no le va a pasar nada. Esto es de algún modo lo que quiero mostrar que le sucede a mi personaje. Estoy convencida de que la experiencia singular de atravesar o incluso rozar un espacio como es la ex ESMA, como lo hace el personaje de mi novela, genera en cualquier individuo un punto de partida inconmensurablemente poderoso y fecundo en la determinación de ubicar las piezas que compusieron su historia. Todo lo que se quiere tapar en algún momento irrumpe, eso tapado estalla y eso es lo que le pasó a Andrea, mi personaje. Ella quiso ser una ciudadana modelo para no sufrir, para volverse una persona sin problemas, sin dolor, hasta que dio con un “detalle”, con una silueta en las rejas de lo que fue la ESMA y de golpe empiezan a aparecer todos los hechos que vivió. 

Nota extraída de: http://www.espaciomemoria.ar/opinion.php?op_ID=122&barra=opinion