Mi nombre de nacimiento es Jorgelina Paula Planas. Nací el 5 de agosto de 1973, en Rosario, Santa Fe.
Mi mamá, Cristina Isabel Planas y mi papá, José María Molina, se conocieron en la Facultad de Arquitectura de Rosario y comenzaron a militar en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) -Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). El 12 de agosto de 1974, "Josema" Molina murió fusilado en la Masacre de Capilla del Rosario, en Catamarca, y el 15 de mayo de 1977 se llevaron a mi mamá, junto a otros compañeros de militancia, en una casa que alquilaban en Lanús, yo estaba con ella en ese momento, tenía tres años y medio, aún permanece desaparecida y no se han hallado sus restos. Estuve en un hogar seis meses, por orden de la jueza Pons, Juzgado de menores de Lomas de Zamora, y el 11 de octubre de 1977 me adoptó la familia Sala, diciéndome que ahora empezaba una vida nueva. Me cambiaron el nombre, apellido y DNI por Carolina María Sala. Se borra mi identidad de Jorgelina, hasta se borra mi hermano biológico, Damián, 5 años mayor que yo, a quien tampoco vi más, hasta después de muchos años. De ahí para adelante fui Carolina y todo lo que pasó antes estaba bloqueado. Traté de amoldarme a la nueva familia, para que me aceptaran y me quisieran, ya que no quería sufrir un nuevo abandono. Negué mi historia y mi identidad durante todos esos años, para protegerme.
Yo siempre supe que era hija de desaparecidos, tengo memoria de que tenía a mi mamá y de repente todo cambió. Mi memoria emocional recuerda determinados ruidos o sensaciones que, en algunas situaciones, me remiten a aquel 15 de mayo.
En 1984 fui localizada por Abuelas de Plaza de Mayo, quienes se contactan con mi familia adoptiva y con mis abuelas. En ese año me convierto en una de las primeras nietas restituidas, soy la nieta número 25.
Mi abuela paterna, Ana Taleb de Molina, que estaba exiliada en Suecia, se comunica con mi familia adoptiva y allí tomo conciencia de que había una familia buscándome. Mis padres adoptivos no permitían que yo viera a mi abuela ni a mi hermano Damián y esquivaban todo lo que estaba relacionado con los desaparecidos o con Abuelas. Mi abuela paterna quería que yo viviera en la verdad, que conociera mi historia, pero ella no tenía herramientas legales ya que yo no llevaba el apellido paterno, porque cuando nací estaba clandestina.
Hoy soy artista plástica, el arte fue fundamental para animarme a seguir buscando mi identidad. Cuando terminé el colegio secundario, en San Isidro, lo único que tenía claro era que quería ser artista. A través de eso empecé a buscar conexiones de por qué me gustaba tanto el arte, lo tenía grabado a fuego. Mis padres eran arquitectos y sus amigos me contaron que eran muy creativos. Mi mamá se diseñaba su ropa y hacía dibujos y cuando pasó el tiempo, al reencontrarme con mi familia biológica, con mi hermano Damián y con mi abuela materna, empecé a comparar cosas que hizo ella, con cosas mías y me encontré con profundas semejanzas.
El primer grabado que hice estudiando Bellas Artes fueron dos manos y más adelante, mi abuela materna me regaló un grabado de mi mamá que son también dos manos, con el mismo formato y la misma técnica: Ahí me di cuenta que ésta soy yo, que es parte mía. En la Navidad de 1999 le mandé a mi abuela materna unas tarjetas y ella me reenvió otras de mi mamá fechada en 1972, que le había mandado desde el penal de Rawson, donde estuvo detenida. Las tarjetas de ambas estaban inspiradas en la Misma Biblia popular y los dibujos, con el mismo trazo. Una conexión impresionante. Estas son las cosas que me ayudaron a rearmar el rompecabezas de mi vida.
A lo artístico, que me hizo reencontrarme con mi verdad, se sumó lo espiritual. Estuve en un convento seis años, quería ser monja y trabajar en los barrios. Allí se me juntó lo social con lo personal y fue una de las monjas quien me dijo que lo mejor, antes de tomar los votos, era que me encontrara con mi historia, con mis raíces. A partir de ahí empecé el camino de reencuentro con mi hermano, fue en el año 1996. Conocí a toda mi familia materna y paterna. Y después de 6 años, rearmando a la familia y ubicando a cada uno en su lugar afectivo, me di cuenta de que quería dejar el convento para formar mi propia familia. Fue un proceso de encontrarme como mujer. Mi identidad estaba borrada en muchos aspectos. Después de salir del convento en el 2001, conocí a quien es hoy mi ex marido, nos casamos en el 2004, tuvimos 3 hijos (2005, 2007 y 2011). No tuve mucho tiempo de estar sola conmigo misma, pero no me arrepiento de nada de lo que hice. Es un camino de verdadera reconstrucción de la identidad y hoy estoy orgullosa y feliz de haber tomado todas las decisiones que tomé. Hoy me siento feliz de haber hecho todo este camino, que no fue nada fácil, fue muy doloroso y tuvo muchas crisis, pero ahora puedo mirar hacia atrás y agradecer el haberme encontrado con mi verdad y la de mi familia.
Durante mucho tiempo sostuve el Carolina, mis tres hijos aún llevan el apellido Sala, aunque ya no tengo más relación con la familia adoptiva, por decisión de ellos, ya que no aceptaron que yo quisiera volver a mi nombre y apellido original. En 2009 murió mi madre adoptiva y sentí una liberación que me permitió volver a llamarme Jorgelina. En 2010, mientras estaba dibujando una foto de bebita en la que se ve mi cara y las manos de mi mamá, al dibujar mis ojos, sentí que mi mamá me decía: "Jorgelina" y fue tan fuerte esa sensación, que me dije: "Soy Jorgelina, ya no lo puedo dudar". Esa fue la primera vez que firmé como Jorgelina Paula Planas un dibujo. Fue un proceso interno de empezar a vivir desde la verdad.
Los trabajos que integran mi muestra "Geografías Interiores-Reconstrucción" sirvieron para empezar a ordenar todas esa piezas que estaban sueltas. Es reconstruir lo que estaba totalmente deshecho y roto, desaparecido, para volver a ponerlo en su lugar, para restituirlo a su lugar de origen.
Actualmente tengo la nulidad de la adopción y hoy mi DNI es el mismo que tenía cuando nací: Jorgelina Paula Planas. Me queda todavía hacer la filiación paterna que es un trámite legal tedioso. A pesar de los miedos, de tener que decirles a mis hijos que ahora soy Jorgelina, de iniciar el camino legal para que ellos lleven el apellido Planas y de lo complejo que es tener que cambiar todos los documentos para volver a mi identidad original, no me arrepiento de todo lo realizado para lograrlo. Desde el '84 tuve que hacer todo un recorrido interno, para reconocer que esta era mi historia y la de muchos otros, que no era algo aislado ni privado, sino que incluía la historia de muchas otras familias. Aceptar todo esto fue muy doloroso, porque junto con mi identidad, también me robaron otras cosas. Hacer los duelos de las personas que no pude disfrutar, del tiempo que no pudimos pasar juntos, de la infancia lejos de mis familiares biológicos, de mi hermano, como también de mi abuela paterna, quien junto a las Abuelas y otros organismos de derechos humanos me buscó por todo el mundo. Ella murió en Suecia, donde estuvo exiliada con otro de sus hijos, que todavía vive allí. Pero la vida me permitió confirmar su lucha para encontrarme. Un primo de la familia Molina, encontró en un placard dos valijas llenas de cartas que nadie había abierto después de su muerte. Ella guardaba copias originales de todas las cartas que enviaba para mis cumpleaños hasta que murió. Pero estas no me eran entregadas por mi familia adoptiva. No sabía de su existencia, hasta que mi primo me las envió y la emoción al leerlas fue enorme, sus anécdotas, su lucidez y todo lo que contaba en las cartas me ayudaron a conocer más profundamente mi historia y a confirmar su profundo amor.
Por estas y muchas cosas más es que siempre les digo a mis hijos que tenemos que manejarnos desde la verdad, por más dolorosa que sea. Espero que muchos otros, que tal vez no saben quiénes son, se animen a cuestionarse sobre su identidad y que los que tienen dudas se acerquen a Abuelas, en este momento somos 121 nietos restituidos, pero faltan muchos más por encontrar. Deseo que muchos otros tengan la fortaleza para encontrarse con su verdadera identidad.
Nota extraída de: http://www.telam.com.ar/notas/201610/167835-restitucion-de-identidad-nietos-recuperados-opinion.html